Eugene Krantz
Considerando
el entorno histórico de sus tiempos, tenemos que referirnos a Alejandro III,
nacido en San Petersburgo el 10 de marzo de 1845. Era hijo del Zar Alejandro
II, y subió al poder después del asesinado del padre. Su gobierno fue
autocrático y autoritario, defensor de la nobleza y sus prerrogativas. No muy
popular por cierto, de mano dura para frenar las muchas revueltas de sus
súbditos. En 1886 se casó con María Dagmar princesa de Dinamarca, hermana de la
reina Alejandra de Inglaterra. Nicolás II, su hijo, sería el último zar de
Rusia, ahora santo y mártir de la Iglesia Ortodoxa. Alejandro III restauró el
poder absoluto, instituyó la policía política Ojrana el 1881, la censura previa
en 1882. Recortó el poder de las asambleas provinciales, a los estudiantes a
limitaciones individuales e inició la rusificación en países como Finlandia,
Países Bálticos, Polonia y del Cáucaso.
En el aspecto religioso
reprimió las minorías étnicas y a los judíos culpables según él de la agitación
revolucionaria. Los persiguió y los obligó a emigrar a zonas occidentales y
algunos a la Argentina también. Por eso aquí se los llama ‘rusos,
cariñosamente. Impulsó la economía para la conquista y el poder. Construyó el
ferrocarril trancarpiano y comenzó el transiberiano el 1891. Y todo este poder
y riqueza lo ostentaba en la mesa. Y necesitaba entonces de un gran cocinero
que dirigiera un ejército de colaboradores. La búsqueda de ese profesional
estuvo llena de anécdotas, llegando al más grande, Eugene Krantz (nombre
también del famoso director de vuelo del Apolo 11). El mimo nos cuenta en su
diario, con muchos comentarios, interesantes y reveladores, sus actividades
como jefe de cocina del Zar. Habla de centenares de funcionarios y ayudantes
asignados a distintos oficios: pelar papas, picar cebollas, lavar verduras,
extraer jugo a las remolachas, personal de limpieza. Entre los cocineros había
diferentes grados, agrupados en cuerpos y especialidades. Unos guisaban, otros
asaban carnes, otros se dedicaban a la repostería, pastelería, panadería,
seguidos de decoradores y miniaturistas, artífices de la presentación de los
platos y de los postres. Coordinaban un plantel de profesionales que incluía
pintores, escultores, arquitectos. Todos a la orden de Krantz.
En su diario se habla como
cientos de especialistas podían trabajar en conjunto para una cena de cuatro
comensales.
El desafío máximo que tuvo
que enfrentar Krantz fue durante el prolongado viaje del Zar en 1888, en tren
desde San Petersburgo, con destino a Varsovia, Odessa y Sebastopol. Un tren
militar muy artillado precedía el tren imperial con vagones igualmente
decorados para lograr la misma suntuosidad de un palacio. Los vagones
destinados a la comida y la cocina del imperador eran más numerosos que el del
propio zar. Siete brigadas con novecientos cocineros, pasteleros, panaderos,
salseros, carniceros, decoradores, y mucho más. Seguían trenes especiales
cargados con insumos sofisticados, alimentos frescos, manjares exclusivos como
caviar, salmones, carpas, truchas, esturiones, carnes de toda clase, frutas,
legumbres. En un vagón especialmente acondicionado viajaba la bodega real,
surtida de los mejores vinos y licores. El episodio más pintoresco fue cuando
el zar decidió realizar un paseo con comida incluida en un bosque del camino en
un día soleado y oportuno.
El menú de Eugene fue:
Ensalada Ovoschnoy,
compuesta de tomates, cebollas, pepinos y smetana, o salsa de crema ácida.
Carne de ternera a la
Strogonov.
Shaslik, una parrillada al
aire libre de carne cortada en cubos y macerada varias horas en vinagre con
cebolla, sal y pimienta, luego ensartado en palitos de madera, rociado con
manteca y dorados al calor de la parrilla.
Bavitinia, una sopa de
Metternich.
Croustades a la Lucullus.
Gelatina y huevos glasés.
Vol au vents rellenos con
écrevisses a la crema.
Jamón de Trambloff.
Aves en salsa de mostaza.
Carnes de ternera al
Madeira.
Ensalada italiana.
Pasteles daneses rellenos de
helado.
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